Por Rafael Álvarez Cordero*
El consumo de calorías vacías y la falta de actividades deportivas generan este mal, tan nocivo para los mexicanos.
Todos hablan de la obesidad, funcionarios, diputados, senadores, analistas, escritores, publicistas, amas de casa, adolescentes anoréxicas, etcétera. Hoy, la obesidad es el tema.
Allá por los 70, mi padre —pediatra sabio— decía que los niños estaban comiendo más de lo necesario y la culpa era en parte de los pediatras, que felicitaban a la mamá porque su hijo “tenía dos años, con peso de cuatro años”. Hoy se sabe que la obesidad comienza en la casa, cuando la mamá compra porquerías en el mercado, cocina con abundante grasa, sirve raciones demasiado grandes, tolera y aun fomenta el consumo de refrescos y de alimentos chatarra, mientras el papá da el mejor ejemplo sentadote frente a la televisión bebiendo cerveza y comiendo papas.
Hoy se sabe que la obesidad continúa en la escuela —el lugar más “obesógeno”—, donde no hay información sobre salud, no hay bebederos de agua pura, se permite la comida chatarra y los refrescos azucarados y se hacen solamente 30 a 40 minutos de “ejercicio” a la semana.
Y hay obesidad en todas las oficinas, que a media mañana se convierten en comederos inmundos de tortas, tacos, chocolate, refrescos, dulces y galletas.
La ignorancia de la población y la indolencia de las autoridades sanitarias durante muchos años —nosotros hablábamos de este tema desde los ochenta y hasta 1995 pudimos redactar una Norma para el Manejo Integral de la Obesidad— permitió que el consumo de calorías vacías y la falta de actividades deportivas generara esta obesidad que mató y matará a miles de mexicanos, va a incapacitar a muchos más, saturará clínicas y hospitales en poco tiempo y va a llevar a la quiebra financiera al Sistema de Salud.
Congresos van y congresos vienen, escuchamos discursos sobre “la epidemia del siglo XXI”, llamada por la Organización Mundial de la Salud “la segunda causa de muerte evitable, después del tabaquismo”, pero hemos fracasado rotundamente en crear las condiciones necesarias para detener la epidemia y revertir sus efectos.
Porque si la ignorancia y la indolencia hacen mucho daño, la indolencia y la corrupción son una combinación letal. Veamos.
Hace unos días, la Asamblea Legislativa del DF publicó la Ley para la Prevención de la Obesidad y Trastornos Alimenticios del DF, con el fin de obligar al gobierno capitalino a implantar políticas públicas que prevengan la obesidad. Excelente iniciativa, pero… a nivel federal, los desencuentros entre la Secretaría de Salud y la SEP hacen que el doctor José Ángel Córdova quiera prohibir la comida chatarra en las escuelas y fomentar la actividad física, en tanto que Alonso Lujambio se opone y manipula a los legisladores para que frenen el dictamen correspondiente.
¿Qué hay detrás?, ¿ignora Lujambio el efecto letal de la comida chatarra en millones de niños?, ¿está protegiendo a los secuaces de la maestra Elba Esther que regentean las tienditas y las cooperativas escolares?, ¿o serán las grandes productoras de alimentos chatarra y refrescos embotellados las que —como sucedió por años en Estados Unidos— lo convencieron de que es mejor no hacer nada? Son preguntas.
Ignorancia, indolencia y corrupción son las causas de la obesidad que nos ahoga.
*Médico y escritor
jueves, 15 de abril de 2010
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