jueves, 25 de febrero de 2010

Los culpables de Angangueo

Por: Rafael Álvarez Cordero

Talamontes solapados por las autoridades del lugar, son peores que los narcotraficantes y nadie se atreve a detenerlos.

Angangueo era un villorrio enclavado en los maravillosos bosques michoacanos de oyamel, que se convirtió en un pueblo lleno de gambusinos cuando, en 1792, descubrieron oro, plata y cobre. Durante dos siglos creció a la sombra de las minas, hasta que un accidente en 1953 hizo cerrar la empresa American Smelting Co., y quedó como una pintoresca ciudad cercana a la zona de la mariposa monarca.

Y ahora, cuando una avalancha destruyó gran parte del pueblo y torrentes de agua, lodo y troncos de árboles cruzaron el pueblo y arrasaron todo a su paso, nos preguntamos qué pasó, quiénes son los culpables.

Hace unos días, el presidente Calderón visitó Angangueo y los habitantes le dijeron con todas sus letras quiénes son los culpables —usted y yo lo sabemos también— y exigieron por enésima vez que se haga justicia y se encarcele a quienes permitieron esta desgracia.

No, las lluvias no fueron las culpables del desastre. Desde siempre, ha habido lluvias, que bajan por los cerros entre los bosques. Los primeros culpables, desde hace decenios, son los talamontes que han diezmado la población de árboles y dejan la tierra floja, sin el soporte necesario. Administraciones van y administraciones vienen, los discursos son tan huecos como los resultados, las quejas de los habitantes de Angangueo son ignoradas y los talamontes, solapados por las autoridades del lugar, son peores que los narcos, nadie se atreve a adentrarse en el bosque para detenerlos y sacan la madera a ciencia y paciencia de los presidentes municipales.

Culpable del desastre es también la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), que ha sido omisa para proteger al medio. No hizo nada en esa zona, se acumularon toneladas de madera que formaron micropresas que guardaron agua hasta que se vencieron, se desgajó el monte y se formaron los torrentes asesinos. Culpable también es la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), organismo inútil que no ha hecho nada al respecto ni ahí ni en todo el territorio nacional. Además, los funcionarios del programa Pro-Árbol también son culpables, los legisladores les asignaron hace tres años seis mil millones de pesos y no se sabe en qué se han gastado, pero, ciertamente, no en proteger los bosques de Angangueo.

México tiene el primer lugar en deforestación, se pierden más de un millón de hectáreas anuales (el equivalente a Tlaxcala) y nadie hace nada.

Ahí, en Angangueo, según denuncia del diputado Germán Tena, el alcalde Alfredo Olmos, protege a los talamontes, amenaza a los lugareños que se quejan, desvió el cauce del río para favorecer la vivienda de uno de sus hijos, y no ha hecho nada. Ahí están las denuncias que presentaron al presidente Calderón, y ahí están unos videos tomados por los lugareños que muestran, días después de la tragedia, los camiones cargados de madera, que impunemente salen de la región y toman la carretera a Maravatío y pueden verse en youtube

Esos son los culpables: los talamontes, los funcionarios corruptos, Semarnat, Profepa, el programa Pro-Árbol, y los funcionarios del más alto nivel que por años han ignorado el crimen que se comete contra la naturaleza.



*Médico y escritor

martes, 23 de febrero de 2010

De “naqueces” e hipocresías

Por: Rafael Álvarez Cordero*

Hay personajes políticos que distorsionan la realidad, alejan a los electores y olvidan eso que llamamos principios.

Ver y oír a la señora Sara Palin es un espectáculo inolvidable. Usted la recuerda, estimado lector, como la gobernadora de Alaska que fue invitada a participar en la carrera presidencial de Estados Unidos en plan de candidata a la vicepresidencia en 2008. Sus dislates y errores, sus excentricidades, sus presentaciones en las revistas de moda, los gastos que se hicieron para “vestirla” correctamente, etcétera, fueron la comidilla de la prensa.

Ahora ella vuelve a las andadas y se presentó en un grupo ultraconservador llamado el Club del Té. Su actitud, su discurso y el lenguaje que usó —que podríamos comparar con el de Rafael Acosta Juanito—, mostró que eso que en México llamamos “naqueces” —actitudes de un naco, persona corriente o vulgar— existe en todos lados.

El atractivo del naco no puede pasarse por alto, ya vimos y vivimos la cobertura mediática que tuvo un individuo ignorante que, como Sara Palin, “se la creyó” cuando fue elegido por dedazo para los comicios en la delegación de Iztapalapa y fue entrevistado por los más connotados comunicadores.

El problema es que personajes como ésos distorsionan la política, alejan cada vez más a los políticos de la gente y olvidan lo que se llama principios, que deberían regir la vida política de los pueblos. Pobre del país que hace caso (y eco) de un naco de cualquier color o filiación.

Y frente a la naquez de Palin, que contrasta con la madurez parlamentaria del grupo demócrata del presidente Barack Obama, no puedo ignorar la hipocresía rampante en torno al consumo de tabaco, drogas y alcohol en Estados Unidos.

Fumar es ahora casi un pecado mortal en muchas partes del mundo, lo que es bueno para la salud, pero allá llega a extremos absurdos, como “prohibir que se fume a una distancia de 500 metros de las escuelas”.

Bien, pero, ¿sabía usted que las pot factories, sí, las granjas de cultivo de mariguana en los sótanos de las casas, son toleradas “siempre y cuando estén a más de 500 metros de las escuelas”?

En California se ha aceptado el uso de la mariguana, su comercio no es controlado y, mientras prohíben el alcohol —mi nieto de 16 años no puede disfrutar conmigo una copa de vino tinto so pena de arresto y cárcel—, la mariguana puede ser comprada y disfrutada aun en un recinto escolar.

Esa hipocresía, producto de intereses inconfesables en las empresas, del disimulo y las mentiras en las leyes, así como de una falta total de interés por la vida de los estadunidenses, es difícil de entender. Y mientras aquí vivimos una guerra a causa de las drogas, con violencia y muerte por esas luchas entre grupos de traficantes, allá no pasa nada, y los narcotraficantes sólo son aprehendidos en las series de televisión.

Y al regresar a mi México veo que la política nacional no es la de siempre, ahora es peor. La degradación de todos los partidos políticos, las mentiras acumuladas, las declaraciones vacías, contrastan con la decisión del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, quien, en un acto de congruencia, renuncia a un partido que ha renunciado a sus principios.



*Médico y escritor

miércoles, 17 de febrero de 2010

Obesos, anoréxicos y vigoréxicos

 Por: Rafael Álvarez Cordero*



Niños y adolescentes demuestran signos de obesidad grave que ya se acompaña de hipertensión, diabetes y elevación de colesterol.


Berkeley.- California, el estado de la libertad, la alegría, la imaginación, nunca deja de sorprender a quien lo visita. Estar en San Francisco, Oakland o Berkeley es una experiencia grata por muchos motivos. Como médico no puedo evitar que mi deformación profesional analice lo que ocurre en esta multifacética comunidad.

Aquí y en toda la Unión Americana la obesidad sigue creciendo a pasos agigantados. Los hombres y las mujeres de 140 a 200 kilos no son excepción y ahora —como también pasa en México— niños y adolescentes muestran signos de obesidad grave que seguramente ya se acompaña de hipertensión, diabetes y elevación de colesterol y otras sustancias. Eric Schlosser, experto en nutrición, dice: “Nuestra generación puede ser la primera en ver morir a nuestros hijos antes que a nuestros compañeros”.

Es notable la indolencia hacia este problema, a pesar de las advertencias de los expertos. Las autoridades, aquí y en México, parecen comenzar a darse cuenta, sobre todo al hacer números y ver que no habrá presupuesto que alcance para tratar las múltiples enfermedades que ocasiona o agrava la obesidad.

Y, junto con la obesidad, vemos a hombres, pero sobre todo a mujeres ultradelgadas, como salidas de un álbum de Biafra, que pululan por Berkeley y dan lástima: piel amarillenta, ojos hundidos, labios pintados de negro y huesos, huesos, huesos por todos lados. La obsesión por la delgadez lleva a estas personas a la anorexia y a la muerte. Varias veces he insistido en que los creadores de modas escogen figuras andróginas por muy personales razones y, debido a eso, las modelos (a imitar) son esqueléticas, sin una gota de grasa, sin un gramo de estrógenos, como muchachitos adolescentes. Lástima.

Y, en medio de estos dos grupos, tanto en Berkeley como en San Francisco, podemos ver, a pesar del clima frío y la lluvia, a los atletas vigoréxicos exhibiendo su musculatura. Viven para hacer ejercicio, miden y pesan todo lo que comen, gastan hasta lo que no tienen en vitaminas, complementos, antioxidantes, alimentos orgánicos, y hacen de tres a cinco horas de ejercicio, para estar como Adonis o Venus. La vigorexia es tan nefasta como las otras enfermedades, porque impide que el individuo desarrolle todo su potencial ya que vive, como Narciso, sólo para verse en el espejo. Como se sabe, cuando estos superatletas ingieren anabólicos, desarrollan impotencia sexual y tienen peligro de sufrir cáncer.

Y, al ver a obesos, anoréxicos y vigoréxicos no queda sino preguntarnos, ¿cuál es la actitud más sana?

Usted recuerda, estimado lector, que escribí un libro titulado Gastérea, los secretos deleites del gusto, en el que invito a todos a aprender a comer, a disfrutar de uno de los más grandes placeres de la vida, sin excesos, sin gazmoñerías, compartiendo el buen comer con familiares y amigos, para gozar del placer de vivir.

Si eso lo hiciéramos todos, no habría gordos ni esqueléticos ni atletas de plástico.



*Médico y escritor

Atletas en la nieve

Por: Rafael Álvarez Cordero*



Al bajar por una colina, veo un grupo de esquiadores que tiene encima de sus chamarras unos letreros que dicen “esquiador ciego” y que bajan tranquilamente por las rutas nevadas.


LAKE TAHOE, Nevada.- Bajo la nieve, literalmente bajo la nieve, contemplo un espectáculo que me conmueve y me lleva a reflexionar sobre la maravilla de la naturaleza humana.

En estas montañas nevadas, cada año millones de hombres, mujeres y niños se lanzan cuesta abajo provistos solamente de dos esquíes o de una tabla que dominan con destreza con los pies.

Hace mucho tiempo, al comenzar mi carrera como médico en la ciudad de Denver, conocí la nieve y conocí los esquís y descubrí el extraño placer (extraño para nosotros, tropicales) de deslizarme en esa capa blanca, en medio de un silencio de catedral, rodeado de altísimos abetos que de vez en vez dejaban caer la nieve acumulada. No niego mi pasión por el esquí, aunque reconozco que como esquiador soy bastante ñengo.

Pero ahora tuve la ocasión de ver nuevamente dos espectáculos que me es difícil describir: al bajar por una colina, veo un grupo de esquiadores que tienen encima de sus chamarras unos letreros que dicen “esquiador ciego”. Son niños y adultos que, acompañados por sus lazarillos, descienden tranquilamente en las rutas nevadas mejor que si tuvieran una visión perfecta. Siempre se ha dicho que la falta de uno de los sentidos aguza los demás, pero me es difícil imaginar, por un lado, la destreza que se requiere para descender en la nieve calzando los esquís y, por otro, entender qué sienten, cómo perciben las experiencias de deslizarse en la montaña. Ante ellos, no puedo menos que admirarlos, como admiro también a quienes los guían.

Junto con ellos, vi a tres o cuatro atletas parapléjicos que se deslizaban por la montaña sentados en un pequeño asiento provisto de un esquí y, en lugar de los palos de control, llevaban dos pequeños esquíes. Mucho más osados que los invidentes, estos jóvenes, tal vez veteranos de las horrendas guerras que han causado tantas víctimas, sacan fuerza de su invalidez y, a pesar de estar paralíticos de la cintura para abajo, disfrutan como si tuvieran todo su cuerpo sano.

Me sorprende la entereza de estos seres humanos y la fuerza y la decisión requeridas para superar sus limitaciones y vivir en forma plena.

Tres cosas vienen a mi mente. Por un lado, el extraordinario desarrollo que ha tenido en Estados Unidos todo lo relativo a la rehabilitación, la defensa y la protección para los minusválidos, cualquiera que sea su problema —vale la pena leer un número reciente de National Geographic que aborda ese tema—, y la ayuda que se dan entre sí y que reciben de quienes los rodean.

Por otro lado, pienso en las enormes limitaciones y carencias que tiene nuestro país en términos de atención a los minusválidos y la indiferencia con la que muchos de nosotros actuamos frente a ellos.

Pero, sobre todo, pienso: ¿qué hacemos con nuestro cuerpo nosotros que tenemos salud?, ¿cómo cuidamos y disfrutamos de esa única e irrepetible envoltura que es nuestro cuerpo?

¿Es válido argüir pretextos para no hacer ejercicio, cuando ello no cuenta para esos maravillosos hombres y mujeres?



*Médico y escritor